Por: Romi

Como era de esperar salí corriendo a buscarlo: lo miré detenidamente, me besó de la manera más dulce, nos abrazamos por casi una eternidad, lloramos, no adoloridos sino que angustiados, tomó mi mano suave y caminamos en silencio.

Frente a esa endemoniada pileta prometió no volver a hacerme llorar. En ese momento necesitaba oírlo, pero a pesar de mi poca capacidad de asimilar la realidad mientras su aroma está cerca, no creí en su promesa: mi llanto se hizo más fuerte.

Durante dos horas fui lo que siempre odié: una frágil mujer y protagonista de un episodio que es mejor mirar a través de una pantalla y acostada sobre la cama, mientras la música que acompaña ese momento parece ser perfecta.
Así no es mi vida, me dije: ni música, ni príncipe, ni mucho menos las palabras correctas que acostumbramos oír en diálogos premiados por la academia. Sí, parece que fui victima de un Maldito Amor de Película.