MARIPOSA TECHNICOLOR
Mi abuelo tiene la culpa. Dijo que podía hacer de mi vida lo que quisiera, peor aún, que podría conseguir cualquier cosa que pudiese imaginar. Creyó en mi supuesta inteligencia y en aquella extraña astucia para encontrar siempre los caminos necesarios. Dijo que sería una hermosa mujer.
La cosa es simple: hago de mi vida lo que puedo, mi imaginación resultó ser grotescamente extensa, consigo las migajas que al destino se le olvida repartir e intento caminar lo más lejos que pueda del borde. De la astucia y la hermosura aún no sé nada. Él aún me debe un par de explicaciones
Me siento algo embaucada, mi abuelo siempre dijo verdades, pero creo que fui su excepción: últimamente he sentido frustración, descalabro y terror. Aunque debo reconocer que mi silente conciencia intenta explicarme –con todo tipo de señales- que es ese maldito sentimiento de persecución. Todo me persigue ¿A ustedes no?.Quizás sea sólo la necesidad de mantener las cuentas claras, de lograr el deseado equilibrio emocional en la vida, de querer sentirte útil y de no necesitar nada…no necesitar a nadie.
Tengo la esperanza de que la culpa sea de este innecesario acorralamiento por el rápido paso de los años, de mi interna lucha de no querer hacerme cargo de mi vida. Siento culpa por desear simples e inocentes cosas: quiero montar mi bicicleta sin mirar el reloj, quiero levantarme sin tener nada que hacer, quiero dormir con la guatita llena, quiero enviar por correo las 11 cartas de amor que escondo, quiero tener una tortuga de mascota, quiero comprar grandes audífonos para recostarme sobre en el living de mi abuelita mientras desgajo una perfecta naranja, quiero una serenata, un globo de helio gigante, una flauta traversa y una canción de amor. Lo peor es que me siento mal por desear esto. Porque en realidad puedo hacerlo, porque en realidad la vida me puede regalar estas cosas, pero nada se presenta.
Digan, por favor, que ustedes se han sentido miserables también!!! Que han deseado ínfimas cosas y nadie, ni los que pasan todo el día junto a ustedes, son capaces de descubrir que eso los haría felices.
He dado mil vueltas y aún no formulo mi reflexión de hoy… me siento despojada. Creo que intentar ser buena no ha servido de nada, ni siquiera logro sentirme bien con eso…nunca es suficiente; creo que no sirve sonreírle a la gente, nadie entiende que es tu acto de amor; amo a quien no quiere ser amado.
Los buenos deseos de mi abuelo se convirtieron, en sólo un par de años, en endiabladas condenas. Son como los elementos caducados de “lo que no he logrado ser”, “de lo que no he logrado tener”. Aunque, honestamente, creo que el destino me los ha robado, me lo robó a él, no ha de ser tan justo como creemos.
Aprendí a hablar como él, aprendí a saludar a la gente mayor repitiendo de la forma más precisa el tono de su voz y, para hablar en público, aún intento imitar el ritmo solemne de su fraseo.
No sé si es cobardía o de plano la falta de oxigeno en mi cerebro. No sé si es la demencia esencial o el retórico rechazo hacia los errores del género. De mí propia representación del género. Odio sentirme infeliz, pero también me parece justo admitir que lo soy. Estoy cansada de hablar, reír y construir.
Formalmente, desde hoy, sólo hay espacio para desahogar la cabeza, aligerar al corazón…les guste o no. Creo que deberían hacer lo mismo. Dedicado a los condenados.
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