Ni sección ni título

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Hace dos semanas estuve en mi ciudad natal Punta Arenas, un lugar poco conocido por los chilenos, pero muy recorrido por gringos y europeos que año a año llegan a la región de Magallanes para visitar la Cueva del Milodón, Las Torres del Paine y otras atracciones que sólo en el confín del mundo se pueden encontrar.

Cuando estuve en éstas gélidas tierras, se realizó el Carnaval de Invierno, una fiesta llena de luces, carros alegóricos, murgas con coloridos trajes y harta música reggeatón que terminó con fuegos pirotécnicos lanzados desde la ribera del Estrecho de Magallanes.
Cinco mil personas participando, 50 mil espectadores distribuidos en las calles céntricas de la ciudad, y yo en mi pieza acostada arropada hasta el cuello. Sólo mi mano se asomaba entre las frazadas para cambiar el canal con el control remoto. ¡Salir! ni loca. Cagarme de frío ¿para qué?, si igual veo todo por televisión.

Estaba nevando, copitos blancos rellenaban todos los recónditos lugares. En mi cabeza imaginaba que todo era un tablero de ajedrez, donde los espacios oscuros de la noche se intercalaban con las pelotitas albas que escupía el cielo.
Tocan la puerta. Agradable sorpresa, Cristian un amigo de la infancia viene a verme. Lo hago pasar y vuelvo a mi guarida. Conversamos, reímos y perdemos por un instante la noción del tiempo. El televisor sigue prendido. Va pasando una batucada al frente de la Municipalidad, mujeres vestidas con sólo un biquini y plumas se menean como si estuvieran en Rio de Janeiro.

- Cacha, como no se mueren de hipotermia - dije sin despegar mis ojos de la imagen - llegan a tener el cuerpo rojo de tanto frío.
- Quizás lo disfrutan - respondió - cómo saberlo.
Silencio. Ahora pasan niños disfrazados de osos, gatos, perros y por último un señor que se juega la vida bailando sin zapatos.
- ¿Te pasa?
Cristian miraba el piso.
- ¿Qué cosa?
Yo seguía hipnotizada con las imágenes.
- Pienso que deberíamos estar allá. Se ve que está bueno....imagínate cuando te pregunten: ¿estuviste en Punta Arenas? Sí, ¿fuiste al carnaval? No.
Tenía razón, éramos un par de desencantados. Quizás él no, pero yo sí. Ya no me interesaba ni el carnaval, ni los fuegos artificiales ni nada de eso. Es todo tan predecible que no le encuentro la gracia. No hay nada que sorprenda, que atrape todos tus sentidos, que te erice la piel.

Comencé a pensar en que quería sentir la sensación de cuando era pequeña y esperaba con ansias mi cumpleaños, o cuando levantaba la almohada para ver si el ratoncito de los dientes me había dejado dinero a cambio de mi pieza dental. Emoción, sorpresa, positiva o negativa da lo mismo, pero alguna sensación al fin.
Apagué la TV, tomé unos guantes, bufanda y un viejo abrigo. Salí a buscar algo, sabía que aquello no estaba en un carnaval o en una fiesta, pero no me importaba. Ese día intenté encontrar una parte de mí que había perdido.
El frío no lo sentí.