Lágrimas

por: Romi

Hoy hablaré de las endemoniadamente necesarias lágrimas. Es que ellas tienen un ineludible y vistoso lugar en la vida de todos nosotros. ¿O no? Es que necesitamos de ellas para reconocer esos instantes de felicidad, en realidad necesitamos llorar para sentirnos vivos.

Está bien, las viejas historias que gente mayor relata sobre mi niñez dicen que fui campeona mundial en llorar por todo, pero desde que mi conciencia se hizo presente en forma de adolescencia, y hasta ahora, lágrimas es lo que menos he tenido.

No es algo de lo que me enorgullezca, de hecho me siento menos humana por no tener lágrimas cuando se debe, por no tener lágrimas para querer llorar sola en un rincón o para hacer show por una estupidez como eficaz arma para conseguir lo que quiera. Quizás sea un problema biológico en los músculos oculares –o como se llame-, quizás sea un problema de personalidad, quizás sólo pertenezca a la gran lista de cosas que me avergüenzan o, de seguro, es la respuesta física a mi afán brutal de hacer desaparecer debilidades sustanciales.

Este análisis es completo, casi casi clínico: créanme. La mayoría de nosotros reconoce aquellas lágrimas provocadas por el caso más cinematográficamente triste presentado en la Teletón; por el final de la más cursi película de amor, e incluso te jactas contando cuántas de aquellas te han hecho llorar por sentirte tan identificada con la víctima de ese destino ficticio que, de alguna dudosa manera, logras asemejar esa película con tu más triste historia de amor; lloramos cuando se nos reconoce en público algún logro profesional: graduaciones, funerales y cumpleaños sorpresas también están incluidos en esta sección de llantos públicos a los que nos exponemos e incluso los que, de ante mano, clasificamos como “hechos llorones de la vida”.

Pero este manifiesto no nació de esta simple observación de típicos hechos sociales, nació, exactamente, de la inquietud por esas lágrimas no derramadas, de esas lágrimas cobardemente contenidas, de esas lágrimas que se esconden detrás de numerosas cartas sin destino y que se transforman en portazos, interminables caminatas por Santiago y un millón de cigarrillos.

Sin embargo, no se trata de no querer, se trata de no poder. ¿Cuantos de nosotros no hemos podido hacerlo? Vamos, alguien debe sentirse como yo! Alguien debe sentirse auque sea un poco anormal por no lograr soltar llanto frente a lo que de verdad entristece, frente a lo que delirantemente emociona, frente a lo que innegablemente causa impotencia, frustración o rabia.

Quién no se ha sentido cobarde por no poder llorar en el preciso instante en el que te han roto el corazón o en el preciso momento en que alguien logró estremecerlo sin aviso alguno. Y es ese mi problema: he querido llorar por el bello regalo que alguien, sin motivo concreto, me dio; por la hermosa canción que alguien, sin mayor intención me dedicó, por el bello abrazo que tan dulcemente te obsequió ese personaje que parecía extraño a mi mundo, por la inocua sonrisa ofrecida por quien iba frente a mi en el metro y que sin explicación lógica hizo brillar el día, por la perfecta frase que alguien improvisó para describir como se sentía en mi compañía, pero al parecer no tengo lágrimas!!!

Hoy quería dedicar un par letras a esas sollozos que tienen vergüenza de salir porque, quizás, se sienten débiles o pequeños… o inútiles. Esas lágrimas que no amargamente encuentran sitio seguro, pero que, sin duda, van siempre con nosotros.

“Llegó tu par de ojos al cuento”