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22 de octubre de 2006




Por: Ro!



WAKATELA

Un par de veces sentí esa sensación de querer vomitarle al mundo todo “aquello” que tenía. De soltar con efusividad lo más interno de una persona. Y la última vez que lo hice fue memorable, no sólo para mí sino también para todos los que estuvieron presentes.
En realidad no sé ni por qué voy a contar mi experiencia tan particular, pero ya empecé a escribir y no pienso dar marcha atrás. Ahí les va…

Era un soleado día de noviembre o diciembre (no lo recuerdo bien) y mi cabeza estaba a punto de estallar en mil pedacitos. Estaba llena de pruebas, solemnes, trabajos, entregas y todas esas cosas repugnantes que hay que hacer cuando uno es estudiante. A las ocho de la mañana llegue a la U y estuve en clases hasta las once. Bajé a las salas de edición para comenzar a armar un documental sobre “El boom del vino en Chile” junto a una de mis mejores amigas. Estábamos cansadísimas, llevábamos muchos días trabajando duro, entrevistando a enólogos, dueños de viñas y cuánto experto en el tema existe. Incluso nos pegamos el pique a Casablanca y Curicó para tener buenas imágenes para nuestra investigación.
A las cuatro de la tarde, estábamos a punto de terminar, todo iba bien, hasta que de pronto, sin razón aparente, el maldito computador borró todo lo que habíamos hecho. ¡Noooo! Todo al agua, no había manera de recuperarlo, desapareció como una pelusa.
Yo no tenía ganas de resignarme ni mi amiga tampoco, pero que más da, igual tuvimos que asumir y volver a la carga.
Para hacerles el cuento corto, ese día no comí, sólo me tomé un jugo de naranja rancio de la cafetería. Me sentía pésimo y no aguantaba ni un minuto más en la casucha de edición.
Recién a las siete de la tarde nos fuimos y yo ya no podía ni caminar. Cuando me subí al metro intuí que algo pasaría. Tenía una sensación nauseosa insoportable y el calor del metro y el atochamiento de gente lo hacían peor. No daba más, me senté en el piso, y cerré los ojos imaginando que pronto llegaría a mi casa. Lamentablemente para eso faltaba muchísimo.
Me paré y tomé la mano de mi amiga. ¡Voy a vomitar! Le dije en voz alta. Y bueno no aguanté más y vomité ahí mismo. Adentro del metro en la hora pick, donde no entraba ni un alfiler en el vagón. Traté de no salpicar tanto pero fue imposible. Los zapatos lustrados de los ejecutivos cambiaron a color anaranjado y las señoras alrededor me miraban con cara de ¡qué asco!.
Cuando se abrieron las puertas me bajé y les dejé mi regalito. ¡Cómo me habrán odiado! Seguí vomitando en los tachos de basura, por la ventana del auto, en el estacionamiento de mi casa, en mi casa etc… hasta que realmente dejé todo aquello que me pesaba.
El día siguiente fue genial, estuve de mejor humor y más relajada.
Así que vomiten chicos que hace bien, y bueno… mejor si es aquí en Wákatela.

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2 Vómitos:

Anonymous Anónimo vomitó...

yo anoche tuve un ataque parecido... pero "vomite" lagrimas, hasta que me canse.

irónico, pues anoche cumpli 22 años, pero bue...

saludos Ro!

sigamos vomitando, porque ¿quién dijo que vomitar hace mal?

D.

domingo, octubre 22, 2006 11:06:00 a. m.  
Anonymous Anónimo vomitó...

Vomitar hace bien, sacas algo malo de ti.

La última vez que vomité lo hice en un restaurant, mal. Estaba con la familia de mi polola, pero no vieron nada, ya que acudí rápidamente al baño del local.

Las frutillas volaron por el WC y yo me sentí mucho mejor.

domingo, octubre 22, 2006 1:25:00 p. m.  

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