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25 de noviembre de 2006



Vida y muerte
Por: Ro!


Ayer pensé mucho sobre la vida y también la muerte, por eso quiero contarles una experiencia que tuve el año pasado, imágenes que se quedaron plasmadas en mis ojos y sentimientos que aún recuerdo. Ahí les va:

Finales de julio. Por motivos universitarios debí elegir un lugar cualquiera donde pasar la noche y escribir una crónica sobre ello.
Elegí la urgencia del Hospital de Carabineros. Me gustaba la idea de estar entre médicos y enfermeras corriendo de un lado para el otro, sabiendo que cada minuto vale oro. En el fondo quería que fuera como E.R. en versión chilena… y así fue.
A las ocho de la noche estaba en la sala de espera. No había ni un asiento desocupado. Ojos tristes miraban el único televisor. Un efecto hipnótico había en la pantalla. Una resignación a la larga espera.
Dos amigas más y yo estábamos vestidas con delantal blanco, simulando ser enfermeras para que los pacientes no se sientan observados por este trío de periodistas.
Recuerdo los llantos de los bebés con bronconeumonía, el saludo amistoso de una huesuda viejecita y la simpatía de Juan el camillero.
Me presentaron a los doctores de turno y enseguida nos invitaron a entrar con ellos a pabellón para observar las intervenciones quirúrgicas que hasta el momento estaban programadas.
Me dijeron que esa noche sería tranquila, la primera operación sería una apendicectomía y la segunda una reparación de fractura de codo (osteosíntesis).
Subí las escaleras junto al Dr. Fernández hasta llegar a pabellón. Empujé la puerta de vaivén y me encontré con un apacible lugar, casi en silencio si no fuera por la música que se escuchaba a lo lejos.
En la sala de vestuario me puse un traje verde, mascarilla, un gorro y hasta unos cubre zapatos del mismo color. No pude evitar sentir nervios, al fin y al cabo, era la primera vez que presenciaría una operación.
Antes de que los médicos procedieran, el Dr. Fernandez recibió una llamada. Sólo le escuché decir que bajaba enseguida. Se sacó el gorro de un tirón y me contó lo que sucedía.
Un helicóptero venía desde Maipú con un hombre baleado en la cabeza.
Mi corazón saltó cuando él dio por hecho que yo lo iba a acompañar a la sala de reanimación.
Rápidamente me saqué el traje de pabellón y volví a ponerme el delantal de enfermera.
Dos doctores, mis amigas y yo corrimos escaleras abajo. Ellos especulaban sobre qué habría pasado, comentaban que generalmente mueren cuando vienen en esas condiciones. “La pista de aterrizaje ya está lista” dijo el Dr. Álvarez mientras apuntaba con el dedo una ventana desde donde se veía un conjunto de luces. Supuse que esa es la pista.
Todo ocurrió en cámara rápida.
Sólo atinaba a seguir a los médicos. No quería ser un estorbo, me sentía inútil y estúpida con mi lápiz y libreta en el bolsillo.
Cuando llegamos Servicio de Urgencias sentí la voz de un paramédico “tres minutos para el arribo”, otra de un guardia de seguridad “viene inconciente pero con signos vitales”.
Escuchaba comentarios por todos lados. Todos estaban intercomunicados a través de las radios.
Salimos del hospital y nos dirigimos al helipuerto que estaba a pocos metros. Había más de diez personas con lentes protectores.
En la noche estrellada una luz intensa se acercó. Nos cegó por un segundo. Pronto nos invadió un viento infernal y un ruido ensordecedor. Las hojas caídas de los árboles crearon un remolino en torno al helicóptero que aterrizaba a unos cuantos metros de nosotros.
Bajaron la camilla con el hombre baleado, un paramédico sentado sobre él le realiza masajes cardiacos.
Eran cinco para las 11 de la noche, la camilla estaba rodeada por el equipo médico. Un par de gotas de sangre en las baldosas marcaban el camino hacia la sala de reanimación. Esta se hizo pequeña para la cantidad de personas que había.
Al principio no lograba ver lo que ocurría, las enfermeras y los doctores me tapaban. El Dr. Fernández se volteó, su delantal estaba ensangrentado. Una de los paramédicos dejó un espacio vacío por el cual pude ver.
El cráneo estaba completamente a la vista. Como si le hubieran cortado un pedazo de su cabeza. Su rostro sin expresión estaba casi verde. Sus ojos acaban de ser cerrados por una de las enfermeras.
“Está muerto” anunció uno de ellos. Entró al hospital muerto. Había una confusión. Esto no puede ser obra de un balazo. Le partieron la cabeza con un hacha o quizás con un bate de béisbol, especulaban los médicos. “Quizás le dieron con un fierro en la cabeza” sentenció el Dr. Álvarez.
Uno de los hombres que vino en el helicóptero, sacó un par de fotos a la cara impávida del paciente. El equipo médico se retiró. La sala quedó casi vacía. Las puertas se cerraron dejando sólo a dos enfermeras con el cuerpo sin vida.
Quedé con la imagen de su cabeza destrozada en mi mente. No podía parar de pensar que a ese hombre lo hubieran matado. Qué sufrimiento para la familia, saber que alguien le quitó la vida a tu hijo, hermano o padre.
De un segundo a otro tuve que despejarme y volver a pabellón para ver la operación programada. Cuando finalizó fui corriendo hacia urgencia para saber algo más de aquel hombre.
Había cuatro carabineros que caminaban por los pasillos y dos auxiliares de aseo trapeaban el piso. Del fondo se escuchaba una mujer gritar, era la madre del hombre.
Más cerca de mí, vestido con una chaqueta negra y unos blue jeans,estaba el padre del fallecido apoyado en la pared. Casi inmóvil, casi sin vida. Conservaba la calma o por lo menos eso es lo que aparenta.
Me acerqué al paramédico Raúl Contreras y me contó que el hombre que supuestamente había muerto de un hachazo en la cabeza, nunca fue agredido por otra persona. El carabinero de 28 años tuvo una fractura de cráneo por un balazo que el mismo se propinó. Se había suicidado.
Uno de los doctores se acercó y nos dijo que nos fuéramos, que ya más nada iba a pasar.
Y así lo hicimos. Nos fuimos, pero no a nuestras casas. Éramos incapaces de pegar un ojo esa noche. Así que aunque les parezca irrisorio caímos en una discoteque donde mi mente no dejó ni un segundo de recordar lo que ví. Sentía que daba más vueltas que la bola de disco...

No quiero dar una reflexión sobre el tema. Ni terminar la columna diciendo “no te mates”, sólo me dieron ganas de escribir a mi manera (no estilo reportaje como lo tuve que hacer para la U) lo que vi y sentí.
Espero les haya gustado.
Adiós y hasta el otro sábado wakatelácticos!

NOTA: Los nombres fueron cambiados.

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2 Vómitos:

Anonymous Anónimo vomitó...

kes

lunes, noviembre 27, 2006 12:07:00 p. m.  
Anonymous Anónimo vomitó...

???????????PLOP?????????

sábado, enero 06, 2007 11:27:00 a. m.  

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