“20 poemas de amor…Y ESTO”

por: Romi

El egoísmo es el peor mal de la humanidad. Sí, categóricamente lo denuncio, lo reconozco y lo identifico en todos nosotros. Mucho más en mi, obviamente.
Está camuflado en las mínimas partículas de nuestros pensamientos, peor aún, se esconde en las entrañas para manejar el inconciente y hacernos creer que vivimos como gente normal.

Como es de esperar se estarán preguntando de qué diablos hablo, no? Pero es simplemente de ese remordimiento inexplicable por guardar silencio y mantenerme inmóvil ante ciertas ambivalencias inclasificables en nuestras vidas, de esos ahogos indescriptibles por lo que pasamos sin aparente motivación, de esa sensación irrebatible de querer estar solos, de sentirse autovalentes, quizás hasta de esa necesidad de querer vivir como vagabundo o ermitaños aunque la realidad sea rotundamente apuesta.

Sí, estoy absolutamente segura de que esto es egoísmo, el más íntimo de todos… quizás no como determinante factor de destrucción, sino que como inconciente arma de protección.

Es un poco difícil de explicar, pero quienes han sentido, alguna vez, que necesitan estar lejos de la gente, pero que la mismo tiempo tienen que estar conectados a algunos personajes; quienes se han sentido casi mal agradecidos por no encontrarse cómodos con una rutina que, para todos parece perfecta, pero que a ti te perturba de manera sutil (aunque abismalmente estremecedora); quienes se preguntan casi a diario como sería su vida si dejaran de un día para otro todo lo que han hecho hasta la fecha… entenderán de qué inaudible tipo de culpa hablo…de este egoísmo que nos hace sentir, en ocasiones, miserables, pero también vivos y verdaderos.
Lo peor es que crees que lo puedes ocultar, que la necesidad de innumerables y pequeñas satisfacciones personales sólo pertenece a la secreta lista de placeres, pero la verdad es que ya esconderlos es egoísmo en su más pura versión. Porque la gente cree que eres gentil, bondadoso, responsable, cauto, pero en realidad sólo lo eres por acallar un sonido en tu oído, por llenar espacios, por satisfacer aquella necesidad de sentirte útil, de clamar esos saltos bruscos en tu pecho.

No quiero decir que seamos monstruos, pero sí que la mayoría de las veces nos sentimos casi como uno. Tampoco sé que tan malo pueda ser esto de cuestionarse tantas cosas, de disfrazar tantos sentimientos, de luchar por hacer sentir bien a la gente que amamos a costa de nuestro propio agrado.

El egoísmo y la cobardía se llevan muy bien.